No
quiere que se desperdicie, por eso derramar sangre
salvo para Honrarle es un crimen. Porque Él dice:
«Porque la vida de la carne está en la sangre, y yo os
he dado la sangre para hacer expiación sobre el altar
por vuestras vidas».
¡La sangre es la vida!
¿De qué uso es para un hombre mortal? ¡Como
sacrificio! El hombre mortal expía al derramar sangre
en el altar, la suya y la de los demás.
¿Y quién recibe el sacrificio? ¡Nosotros! Estas pobres
almas pueden morir tranquilas en el confort de nuestros brazos sabiendo que, en sus últimos momentos,
nuestros cuerpos transforman su sangre en el sacrificio
que place a Dios. Cada vez que tomamos la sangre de
un mortal en el altar, le damos a ese mortal el don de
la redención. ¡Somos las herramientas de Dios en la
Tierra y nuestra labor es extender su gracia y salvación!
Ése es el verdadero mensaje de Jesús. Ése es el
significado de la sangre del redentor. Cristo no se
sacrificó por la humanidad. Se sacrificó por nosotros,
por los instrumentos elegidos de Dios en la Tierra.
¿Qué es lo que veis cuando miráis a vuestro alrededor? Una pequeña iglesia de madera en Alabama,
los bancos rotos, polvo en las ventanas. El edificio
no es nada. Mirad a la congregación.
Mirad a nuestros hermanos y hermanas mortales arrodillándose
y rezando. Ellos entienden que para encontrar la
salvación deben sacrificar su sangre en el altar, o la
sangre de alguien a quien aman. Ésa es la lección de
Isaac y Abraham, eso es por lo que nos dan a sus hijos
para que comamos. Cuando un inocente renuncia a su
sangre, alcanza el cielo en un estado de perfección.
Mirad a aquéllos en la congregación que han
probado la Sangre. Los mortales cuyos labios brillan
rojos de la sangre del redentor. Se arrodillan fervientemente en su fe, sustentados por la sangre del propio
Cristo. ¡Nosotros somos por quien sufrió Cristo!
¡Nuestra obra! Cristo dio su vida y su sangre para que
nosotros pudiéramos vivir y entregar salvación a
todos los pueblos del mundo. Somos el instrumento de la libertad
del pecado original.
Ése es el verdadero nacimiento
de nuestra raza. Se nos ha dado
la sangre de Cristo y se nos ha
transformado en seres superiores.
Cuando un mortal bebe de nosotros, acepta a Cristo en su cuerpo
y Cristo le guiará.
La sangre es la vida.
Por último, mirad a los
vampiros que nos rodean. ¡Vampiros! Una palabra que suena tan
maligna pero que esconde tanta
gracia.
Mirad a estos hermosos
ángeles que han dedicado su vida
a extender la piedad de Dios.
¡Nuestras limitaciones no son una
maldición! Son una bendición, ya
que la necesidad de vivir de noche
nos hace humildes.
Éste es un ejemplo de la
sabiduría de Dios: hay tantos de
los nuestros que han rechazado
su verdadero propósito. Deberían
haber abrazado la humildad que
ofrece nuestra maldición, ¡pero en
su lugar se han dedicado a negar
Su reino!
Atended a mis palabras, ya que
brotan de la sangre de Jesucristo.
Mirad la Sangre que brota de mis
muñecas. Ésta es su sangre, su
marca. Conforme corre por mis
brazos y gotea al suelo, cualquiera que se humille y se arrodille
a beber de ella estará bendito.
¡Acercaos, arrodillaos, bebed!
Sacrificad vuestra sangre en el
altar, ¡marcaos con la perfección
carmesí!
¡Veo al Espíritu Santo moviéndose entre vosotros! ¡Arrancaos la
carne unos a otros para alcanzar
la salvación que fluye en vuestras
venas! ¡Postraos ante los discípulos
de Dios en la Tierra! ¡Permitid
que un ángel oscuro toque vuestro
espíritu y vuestro cuerpo!
¡La sangre es la vida!
Mirad Números, 33: «He aquí
un pueblo que se levanta como
leona y como león se erguirá; no se
echará hasta que devore la presa y
beba la sangre de sus víctimas».
¡Ésta gente es nuestra gente!
Éste es el mensaje de Dios: «¡Ya
que no los maldices, por lo menos
no los bendigas!».
No estamos aquí para ser juzgados por Dios. Nosotros somos
Dios, mensajeros y Pastores, agentes de la voluntad divina. Nuestra
Sangre nos hace auténticos y nos
mantiene en el camino recto.
Mientras escuchemos la voz de la
Sangre no podemos errar.
Al tiempo que yacéis heridos y
saciados, a salvo o benditos, pensad
en la verdadera naturaleza de esta
minúscula comunidad. Se nos ha
concedido el mayor don de todos, y
ha ocurrido justo aquí, en este mismo pueblo. Conocemos la voluntad
de Dios y estamos listos para traerla a la Tierra, para ayudar a todos
los pueblos a encontrar la salvación
y la esperanza de la redención. Ésta
será nuestra gran obra. Comienza
dentro de estos muros de madera,
en este pequeño pueblo, con esta
gente a vuestro alrededor: granjeros, tenderos, mineros. Buena
gente toda ella. Esta gente son los
primeros sacrificios que nos darán
la fuerza para llevar la verdadera
expiación al mundo.
Después de todo, la sangre es
la vida.
Amén.
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