La Tercera Edad o la Edad de las Leyendas fue una época gloriosa en la que los Wan Xian cumplían con orgullo su mandato Celestial. Eran emperadores inmortales, cazadores de demonios, dioses que caminaban entre la humanidad para guiar sus progresos. Por orden del Dragón de Ébano y la Reina Escarlata y la propia Augusta Personalidad, los Wan Xian limpiaron el mundo de los sirvientes de los Reye Yama. Si un espíritu o un demonio se rebelaba, lo expulsaban del Reino Medio e informaban a sus señores de la transgresión; si un mortal se apartaba del Camino del Cielo, lo devolvían al camino correcto. A medida que estos gobernantes ganaban en sabiduría y cumplían sus tareas, abandonaban el mundo para unirse a los dioses. El Dragón y la Reina elegían encones a un sustituto para que tomara su lugar.
Los Wan Xian asumieron la responsabilidad de vigilar muchos de los pequeños asentamientos que los humanos crearon en el Tíbet y a lo largo del Rio Amarillo, en la antigua China.
Les guiaban en sus progresos y les protegían, asegurando que todo se desarrollara según la voluntad divina. Los viejos pergaminos hablan del Emperador Amarillo, Oh-kuni-nushi y de otros héroes. Aprovechando los dones del Dragón y de la Reina, los Wan Xian limpiaron la tierra de los Reyes Yama y de sus lacayos, expulsándolos a las profundidades de los Mundos del Yin y el Yang, o destruyéndolos directamente. Debido a la estatura casi mítica de estos primeros Kuei-jin, la Tercera Edad es conocida como la Edad de las Leyendas. También fue en esta época cuando se escribió la mayoría de los textos fundadores y las escrituras sagradas de los Catayanos, aunque muy pocas de estas obras han sobrevivido completas hasta nuestros días.
Sin embargo, los años pasaron y los Reyes Yama oscurecieron los más nobles oídos. Los Wan Xian dieron la espalda a sus sagradas obligaciones y traicionaron la confianza que se había depositado en ellos. Durante la Tercera Edad del Gran Ciclo algunos descubrieron un terrible secreto: los dioses les habían enseñado a obtener Chi de las corrientes naturales del Reino Medio, pero esta energía también podía extraerse de otras criaturas. El Chi impregnaba la carne, fluía en la sangre, en el aliento, en el jade... y podría ser arrebatado de los más débiles. Al principio solo robaron el Chi a demonios, monstruos y otros enemigos. Sin embargo, cada vez encontraban menos dificultades para justificar sus violaciones, y cuanto más robaban más ansiaban.
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