El Palacio Imperial se encuentra en el corazón de Tokio y fue construido en los días del shogunato Tokugawa. Es casi inexpugnable y está totalmente rodeado de fosos. Aunque se puede acceder a él por no menos de doce paradas de metro, los mortales no suelen acudir porque solo se abre al público dos días al año.
Los edificios, retirados del perímetro exterior y rodeados por inmensos jardines, proporcionan un santuario perfecto para que Hakari, ancestro de Tokio, presida sobre el caos nocturno de la ciudad. El Palacio Imperial es un emblema de las antiguas costumbres y de la intemporalidad de los Kuei-jin japoneses.
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