Cuando el Partido Comunista Chino llegó al poder en 1949 bajo el liderazgo de Mao Zedong, una de sus primeras declaraciones fue la de su intención de "liberar pacíficamente al Tíbet". Tanto los Kuei-jin de Pekín como los de la Corte de Hueso de Chongqing vigilaron de cerca el desarrollo de los acontecimientos. Muy pocos Catayanos habían intentado volver a su lugar de origen desde la mítica destrucción del Monte Meru y no se sabía de ninguno que hubiera regresado de la tierra santa.
En 1950 el ejército chino ocupó el Tíbet Oriental y negoció un trato para hacerse con el control, preservando la libertad religiosa. Los chinos rompieron el pacto y cerraron los monasterios budistas, ejecutando brutalmente a los monjes o esclavizándolos. La represión del régimen comunista trajo el hambre, el colapso económico y las luchas que aún hoy se producen de forma esporádica.
Algunos Kuei-jin de la Corte de Sangre llegaron al lugar en 1949 con las fuerzas invasoras, pero nunca se volvió a saber de ellos. La investigación de la Corte de Hueso no arrojó ningún resultado positivo. Chongqing ha declarado que viajar dentro del Tíber hasta los antiguos lugares sagrados es imposible para los Catayanos; existe un residuo espiritual que impregna el país y que debilita a cualquier Kuei-jin que se acerca a las montañas de las viejas leyendas. La Corte de la Sangre rechaza estas ideas, llegando incluso a acusar a la Corte de Hueso de sabotaje y asesinato encubierto. Los Kuei-jin de Chongqing y sus lacayos niegan tajantemente estas acusaciones, pero la tensión ha crecido en los últimos años y ha creado un obstáculo más para el renacimiento del Quincunx.
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