El gobierno mongol se atrofió y fue derrocado a mediados del siglo XIV por los Ming, una Dinastía de origen campesino que se convirtió en una de las más despóticas. La capital había sido desplazada a Pekín en mitad del gobierno mongol y toda la atención del país se había vuelto hacia el interior, reduciendo los contactos y el comercio con ultramar.
Durante esta época, muchos de los ancestros más venerables dejaron sus Cortes y se retiraron de la civilización. El viaje entre el Reino Medio y los mundos espirituales se hizo aún más difícil; en algunas zonas la Muralla era casi impenetrable e incluso los Ancestros más iluminados se veían obligados a cometer atrocidades para obtener el Chi que necesitaban. Cada vez más Kuei-jin recibían el Segundo Aliento, aunque también eran más violentos: los estallidos de los chih-mei y los akuma amenazaban tanto a los Kuei-jin como a los mortales.
El peor golpe llegó cuando la investigación de un mandarín reveló que el Ancestro de Changan y muchas de las luminarias de la Corte de Jade eran realmente akuma al servicio de la Reina Yama Tou Mu. En una gran batalla que involucró a mercenarios de las Cortes del Dragón Celeste y a dos hengeyokai tigre, la Corte de Jade fue saqueada y sus reliquias entregadas a los Kuei-jin de Shaolin. En el Monasterio, los bodhisattvas anotaban con pesar la llegada de la Quinta Edad.
La Dinastía Qing remplazó a la Ming, y fue durante este período cuando las potencias occidentales se reafirmaron dentro de una China débil. El comercio era la principal fuente de contacto entre Oriente y Occidente y la escasa habilidad negociadora de los Qing permitió a los europeos asentarse aún más en el país por medios ilegales, especialmente mediante el contrabando de opio. La respuesta de los Qing a estas actividades, especialmente la quema de toda la droga extranjera en el puerto de Cantón, precipitó la Guerra del Opio de 1839-42. El Tratado de Nanjing obligó a los derrotados Qing a ceder Hong Kong a Inglaterra para su uso como instalación portuaria, a abrir otros puertos de comercio y a aceptar el concepto de extraterritorialidad. Esta última concesión eximía a los extranjeros que vivían en China de someterse a sus leyes, por lo que solo tenían que responder ante las cortes consulares.
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