La Dirección Este

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El aire portaba el dulce olor del jazmín y el humedecido cabello de Heeyun vestía posesivamente el hombro de Ju-Kan, que sentía el ritmo de su corazón. Se había sumido tanto en él que no había escuchado la pregunta. "¿Estás aquí conmigo?", inquirió Heeyun de forma juguetona; su voz era una risa ahogada mientras pellizcaba su mejilla. Ju-Kan sonrió  ante sus ojos: era la perfecta imagen de la belleza; y su cabello se diseminaba por toda la seda azul de las sábanas. Si su corazón pudiera latir, le hubiera dolido ante esa visión.

"Siempre. ¿Qué ocurre?"

"Sólo me preguntaba qué acto bueno habré realizado para ganar tal favor de ti."

Ju-Kan la atrajo contra él, atesorando su tibieza viviente, su aroma fragante, su frágil belleza. "Eres el florecimiento de los árboles de primavera. Eso es todo lo que quiero para mi favor" Se preguntó brevemente si ella conjeturaba sobre su verdadera naturaleza, o incluso si le importaba. Todo lo que sabía es que, nada más verla, tenía que tenerla. Era más que un mero amante; era algo que debía ser saboreado y protegido. Ninguno de los mortales que había conocido le había importado tanto. Cuando comenzó a vivir entre los humanos, tenía por seguro que no iba a encontrar ninguna paz. Entonces llegó el primer momento en que la vio. Sabía que era una Urna, que algún día dejaría su existencia mortal atrás y sería como él. El sentimiento de amor y felicidad que se le había denegado en vida se le había proporcionado en la muerte.

"Estás tan frío."

"Eres tú la que está cálida." La mano de Ju-Kan viajó por la suave textura de la piel de Heeyun. Sentía la vida brillando dentro de ella. Quizá era el simple hecho de que nunca iba a sentir tales cosas lo que le empujaba a mantenerse cerca de los vivos. El Ansia estaba vacía, siempre vacía, siempre necesitando llenarse, pero el semblante de sus ojos suavizaban a su demonio mansamente doloroso. Sabía que finalmente ella dejaría su mondo mortal atrás. ¿Cambiaría eso los sentimientos que se profesaban? ¿Podrían compartir lo mismo que ahora cuando ya no fuera humana? No tenía ni idea y, por ese entonces no le importaba. Atesoraba su florecimiento, y su gracia y su vida le hacían recordar los días en que podía respirar.


El sol se alza por el este, simbolizando el comienzo del nuevo día. Una nueva vida y un renacimiento empieza con cada alzamiento del sol. Por esto, los Kuei-jin del Este están anclados al mundo de los vivos y a los poderes de la creación. De todos los Muertos Famélicos son los que se encuentran más cómodos con mortales y muchos continúan viviendo entre ellos, guiándolos y vigilándolos. El vibrante Chi de los vivos es para ser atesorado y guardado; los Catayanos de esta Dirección viven en la mitad de ese flujo y fluyen con la vida, tomando lo que quieren y sintiendo de nuevo las sensaciones perdidas con sus latidos.

Entremezclados con los humanos, un Kuei-jin siempre forma uniones: pueden ser descendientes, linaje o un amor que uno dejó atrás. Algunos establecen relaciones que les recuerdan a sus pasiones mortales, mientras que otros consideran a los vivos como mascotas o juguetes; pero lo constante es que permanecen cerca de aquellos que caminan bajo el sol. El aspecto Este lanza a sus seguidores al fuego de la vida de nuevo como polillas. Por supuesto, hay ocasiones en las que aflora la tragedia; el Demonio se asegura de que el Kuei-jin tenga refriegas y mate a aquellos que ama pero, aún así, esto no impide a muchos Catayanos intentar volver a capturar las vidas que una vez tuvieron, aunque sea por cuenta ajena.

El papel de los Kuei-jin del Este es el de caminar entre mortales: los reúnen y los guían. A diferencia de los Cainitas occidentales no siguen las reglas de la Mascarada pro miedo a la destrucción, sino que encaja en su naturaleza el permanecer desconocidos para los humanos, lo que les facilita el morar entre ellos. De todos los Muertos Famélicos, los de esta dirección son a menudo los más compasivos y de comportamiento más humano.

El color favorecido por el Este es el azul. La memoria del mundo se lo ha denegado en esta existencia, ya que el azul es el color que simboliza el cielo soleado: tanto el agua como el firmamento, las esencias de la libertad han estado siempre presentes en este color.

El número ocho aparece en muchas de las cosas que realizan. Simboliza un estado constante de movimiento, y así es la vida, también es el símbolo del infinito: no hay final ni principio, sólo renacimiento y retorno al ciclo. En las estrellas se asocia con el carnero, que inspira tanto pureza de corazón como sentido estético. Enfocado en las satisfacciones del mundo material, el número ocho guía a los Catayanos del Este (y de la Dirección Este) para que aprendan de la vida de los mortales par que puedan superar sus faltas ya que demasiado a menudo los Kuei-jin caen en el vicio y la depravación de los placeres mortales.

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