Cuando Shou acababa de renacer, las voces de sus ancestros sólo eran suaves susurros en su mente. Al principio no las comprendía y todo lo que sentía era vacío y necesidad de venganza. Su familia había viajado a la ciudad y sus pertenencias estaban aseguradas bajo el carromato. Creían en la bondad del mundo. Se dirigieron directamente a la emboscada. En medio del camino yacían un hombre y un caballo. El padre de Shou se apresuró para ofrecerle ayuda. El sujeto reveló su traición y empujó su espada en el interior del padre desarmado, matándolo. El aire se tornó salvaje por los gritos mientras el resto de la banda del bandido se llevaba su inocencia. La hermana menor de Shou fue violada, igual que su madre. Incluso después de que las dos mujeres hubieran muerto, los hombres aún seguían mancillándolas. Una vez que hubieron saciado sus apetitos, los ladrones se centraron en él. Durante toda la noche le torturaron. La oscuridad final llegó junto al ardiente sentimiento de vergüenza de que había fracasado en proteger a su familia y a sí mismo. Los cuerpos fueron abandonados en un terraplén sin nadie que los llorase.
Shou volvió al mundo envuelto en una neblina de ignorancia. Vagando al principio para alimentarse de los vivos, no comprendía en lo que se había convertido. Recordando la muerte y el Infierno, buscó acallar su ansia ardiente, pero no podía reprimir los susurros. Encontró en su camino a otros de su raza y le dijeron que eran las voces de su familia pidiendo venganza. Sólo mediante el adecuado entrenamiento y preparación podía ser superado su ignominioso comienzo; así podría vengar a los suyos. Prestó atención a las voces y con tiempo y experiencia, los espíritus de su familia le mostraron dónde tenía que ir.
Los bandidos estaban disfrutando de las conquistas sobre otra pobre familia cuando los encontró. Se acercó a ellos vestido con ropas blancas para simbolizar su pureza de espíritu. Cuándo miraron al chico vestido de blanco se rieron. Algunos pensaros que había algo familiar en él, pero había habido muchos chicos e ignoraron este pensamiento.
Cuando el primer asesino cayó sobre él parecía que el muchacho estaba abrazando al hombre. Murió fácilmente, con una expresión de asombro en su rostro mientras su corazón era sacado del pecho; la sangre salpicó el atuendo blanco de Shou con flores carmesí. Se volvió al resto de los bandidos con un brillo mortecino en sus ojos. El miedo se desvaneció ante la evidencia de que había matado a su líder, los otros se abalanzaron sobre él mientras escuchaba la voz de su hermana impulsándole al triunfo. Estúpida y torpemente, los mortales cayeron. El apetito de su sangre, de su miedo, era lo que Shou necesitaba para sobrevivir. Era el sabor que siempre necesitaría.
La muerte es el mundo de los Kuei-jin. De todas las Direcciones es el Oeste la que más cerca está de ella. Los espíritus de aquellos que ya no están susurran en los oídos del hijo oriental. Bailando con las nubes fallecidas en sus cabezas, son temidos por, y se mantienen distantes, de los otros Catayanos. Aunque estén escindidos por su propio deseo y por el miedo de los demás, los rostros del Oeste no caminan solos. El viento de este punto cardinal porta constantemente las voces de los espíritus. Cualquiera que sea la causa, el camino del Oeste es misterioso: el sol se pone por ese lugar y es allí donde comienza el reino de los muertos.
Este aspecto conduce a menudo a rectificar errores. Mientras que los Kuei-jin del Norte realizan sentencias e imparten justicia, los Catayanos del Oeste son los ejecutores. Deben escuchar las voces de aquellos que no han retornado y guían a la Corte en su destino de cumplir los mandatos que los muertos han impuesto para ellas. Las memorias y promesas rotas son presentados ante estos Catayanos, que ellos revelan a la Corte. Aprendiendo de la sabiduría de los antiguos muertos, ejercen la templanza y el terror en igual medida.
El blanco es el color favorecido porque simboliza el espíritu. Claro y limpio de culpas e impurezas, es tan inocente como sólo los recién renacidos pueden ser. A menudo los seguidores del Oeste llevan túnicas blancas o un simple pañuelo de ese color. Adicionalmente, en muchos de los países asiáticos es el color del luto, lo que no es una coincidencia, ya que los Kuei-jin del Oeste no dudan en demostrar la relación que tienen con la espiritualidad.
Los nueve dragones del Oeste simbolizan el respeto y el honor de los ancestros. El mono, práctico preo poco innovador, es el guardián del noveno lugar en el firmamento y por eso este número se asocia con la buena suerte que proviene del Oeste.
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