Existen templos en muchas aldeas repartidas por todo el Reino Medio, que son mantenidos por los fieles. La gente puede adorar a los dioses a diario si así lo desea o si tiene una razón especial para hacerlo. Lo más habitual es que la gente vaya a los templos y haga ofrendas cuando necesita un favor. Los dioses no castigan a una persona por descuidar su adoración, y solo castigarán a alguien que haya cometido una ofensa contra el público (en lugar de una ofensa contra otra persona).
El adorador suele acudir al templo de un dios con una pequeña ofrenda o regalo, como sieng-le, que consiste en tres a cinco piezas de carne sin condimentar (pato, pollo, cerdo, calamar o pescado, por nombrar algunas), o unas cuantas varillas de incienso para quemar. Luego le pedirá al dios el favor que desea y prometerá dar una ofrenda mucho mayor si se lo concede.
Este puede ser un proceso complejo que implica la adivinación de la respuesta de la deidad al pequeño regalo y si está dispuesto a considerar ayudar al adorador. Si el dios no se decide al respecto, el adorador le presenta un regalo más sustancial y le promete uno aún más grandioso. Si el dios decide hacer lo que pide el adorador, la ofrenda prometida no se entrega hasta que éste vea resultados beneficiosos. El favor de los dioses es finito, y el hecho de que hayan ayudado a una persona antes no es indicación de que lo volverán a hacer. Pueden rechazar una petición, incluso si la persona ha sido un fiel adorador durante años y ha hecho ofrendas todos los días. Podrían concederle con la misma facilidad una petición a alguien que no ha echado un segundo vistazo a sus templos desde el día de su nacimiento, siempre y cuando esa persona haya vivido una vida moral.
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