El Negocio del Sexo

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El concubinato y el contrato de servidumbre han formado parte de la mayoría de las culturas en uno u otro momento, y en muchos estados asiáticos sólo han llegado a ser ilegales ya en nuestro tiempo. Entre los pobres, la idea de vender niños no es extraña ni tampoco necesariamente horrorosa como pueda parecer. Un elevado número de niños, y más especialmente niñas, podía llegar a constituir una terrible carga para una aldea cuando las cosechas eran malas, o ésta sufría los golpes de cualquier otro tipo de desastres menores. Al servicio de una familia rica o noble, un niño se aseguraba la comida e incluso quizás la educación, y tenía bastantes más posibilidades de llevar una vida cómoda que en la pobre aldea de la que procedía. La historia china, tailandesa y vietnamita está repleta de estudiosos, generales y ministros de orígenes humildes que alcanzaron a través de esta servidumbre jerarquía y poder.

La modernización y la lujuria, al estilo occidental, transformaron esta practica tradicional en un Infierno en vida para decenas de miles de mujeres, así como también, cada vez más, para chicos jóvenes. Con el colonialismo llegaron a Asia burdeles al estilo occidental y pronto se hicieron con pobres chicas campesinas como anheladas sirvientes. Su número no fie nunca muy grande y el comercio estaba limitado mayoritariamente a ciudades portuarias donde había un importante tráfico de paso. Sin embargo, la Guerra de Vietnam trajo un enorme número de ricos y jóvenes soldados americanos a la región. Su necesidad de descanso y diversión, en Filipinas y Tailandia principalmente, supuso el nacimiento del negocio sexual en Asia. A finales de la guerra, Filipinas y Tailandia llegaron a ser tan conocidas por sus industrias del sexo que pervertidos de todo el mundo viajaban hasta allí excitados. Los generosos dólares del turismo sexual mantenían abiertos lo bares y burdeles; y el negocio era tan lucrativo que el mercado del sexo se expandió a otros países. La riqueza y el desarrollo de una nueva clase media trajo el negocio del sexo a la India, Indonesia y China (claro también se abastecía de nativos pervertidos). En países como Malasia, Corea, Singapur y Japón, donde la religión o la riqueza impedían que una posible masa de mujeres pobres acabara en este negocios, los sindicatos del crimen comenzaron a importar chicas de Tailandia, Filipinas e Indonesia para llenar los clubes y burdeles locales. Finalmente este comercio internacional se extendió también hacia Europa y los Estados Unidos.

Pobreza, codicia, enfermedad y desviación hacen que el negocio del sexo busque ahora a campesinas como posibles trabajadoras en burdeles y clubes de striptease. La desesperación es seguida siempre de explotación, tanto como la noche sigue al día, y muchos proxenetas han abandonado la pretensión de pagar a sus empleadas. Las trabajadoras del sexo se transforman entonces en esclavas del sexo, y consecuentemente sus condiciones de vida empeoran, su trato se hace más cruel y su posición social incluso inferior. Para añadir horror a esta miseria, el azote tradicional de enfermedades venéreas y la sífilis se ha unido el del SIDA, que ha devastado el negocio del sexo e infectado a decenas de miles de trabajadores de la industria. Las maltratadas trabajadoras del negocio carecen del poder para exigir el uso de preservativos; en lugar de ello, los jefes criminales arrojan a las infectadas a las calles y las reemplazan por "carne fresca". Con algo de suerte, irán a morir a hospitales suficientemente dotados y pobremente equipados.

Donde no hay reglas, cuando las personas son reducidas a ganado, no hay límites a los que la gente no pueda descender. Mientras tengan dinero, los pervertidos de todo el mundo podrán venir a Asia para perseguir las más bajas, viles y retorcidas de sus fantasías. Pedofilia, tortura, snuff, travestismo obligado y bestialismo, los deseos más grotescos e inhumanos de amorales y retorcidos encuentran cobijo en los callejones de Calcuta, Yakarta, Manila y Bangkok. Esta es la auténtica enfermedad que se oculta tras la forzada alegría y el brillante oropel de la porción visible del negocio del sexo (la que forman los abusos más corrientes, la violación y la adicción a drogas, pecados reconocidos y casi inocentemente comparados con los horrores que suceden en las habitaciones más al fondo).

El Loto Arrancado

A los Kuei-jin les encanta el negocio del sexo y su interés ha ayudado a la propagación del mismo por el continente asiático. Toda corte aprecia la utilidad de un negocio que utiliza a los mortales como ganado, y que presenta millones de posibles formas de vender los cuerpos. En muchos sentidos, los burdeles y antros de striptease, son sus silenciosas y terribles habitaciones traseras donde tiene lugar todo tipo de libertinajes, son lo más próximo al Elíseo de los Kin-jin que pueden tener los Catayanos. Causar problemas al negocio del sexo es perder el acceso a una sencilla comida en sus burdeles y bares, por ello las cortes suelen asignar la supervisión de este mercado a un mandarín veterano. Mientras que los jóvenes Kuei-jin pueden en realidad manipular el negocio a través de sus diferentes Pantallas Escarlatas, los antiguos de la corte insisten en que nada debe perturbar la pacífica explotación de Chi de los trabajadores del sexo y sus clientes. Este hecho hace que el negocio del sexo sea una de las pocas industrias de las calles en las que los Kuei-jin luchan por mantener un domino casi total, asegurándose de que incluso aquellos burdeles o casas de snuff sobre los que no operan de forma directa, les permitan el acceso que deseen y no hagan nada para hacer caer a las autoridades locales sobre sus cabezas.

Por supuesto, no todos los prostíbulos son iguales. Es tan poco probable que un mandarín de siglos de antigüedad entre en un ramplón club de striptease en Mong Kok, como que un descarado joven Mono Corredor frecuente una ancestral casa de Geishas en Kanzai. Sin embargo, cualquier Kuei-jin tiene posibilidades de encontrar entre todos ellos un lugar adecuado donde saciar su apetito y sus deseos carnales. Las filas de los trabajadores del sexo constituyen también un lugar perfecto para reclutar sirvientes y esclavos. Después de todo, nadie les echará de menos y algunos incluso darán la bienvenida a la posibilidad de irse; hasta el retorcido mundo de los Diez Mil Demonios es a menudo menos atroz que el negocio del sexo. El desplazamiento del mercado hacia Europa y Norte América ha proporcionado también a los Kuei-jin una excelente vía para la introducción de su influencia en aquellas regiones. Los propios Kin-jin fomentan este negocio por las mismas razones, sin darse cuenta de que al hacerlo están abriendo sus puertas a algunos de sus enemigos.

Claro esta que otros shen son conscientes de los motivos que hacen que los Kuei-jin se involucren tanto en el negocio del sexo, por eso apoyan muchas de las reformas que tratan de tomar medidas en contra del mismo. No hay nada que pueda molestar más a un Catayano que perder estos sencillos campos de alimentación a manos de los escuadrones anti vicio de la policía o de la recalificación de la zona del barrio chino. Mientras que los Kuei-jin rara vez rehúsan enfrentarse a otro shen, el crecimiento de la clase media y el fundamentalismo religioso si están debilitando el negocio del sexo. Estos cambios sociales acaban conduciendo el negocio a la clandestinidad, donde los beneficios para los Catayanos no son tan grandes y la garantía de un Chi fácil no es tan segura. La degeneración del negocio del sexo atraer a akima que tratan de arrastrar a clientes y Kuei-jin a excesos cada vez mayores.

Dadas las muertes y los abusos sufridos por las trabajadoras del sexo, un número cada vez mayor de mujeres atrapadas en la industria en vida, especialmente en el sureste asiático, están adoptando el Segundo Aliento. Estas mujeres se acercan a las cortes rurales, avivadas por la ira de su abuso mortal y enfadadas por la forma en la que las cortes urbanas explotan el comercio del sexo. Las penangallan obtienen un gran número de reclutas con esta práctica. Wu formados exclusivamente de anteriores esclavas sexuales están convirtiéndose en las fuerza de choque y de espías elegidas para las batallas que se disputan en torno a las más florecientes ciudades asiáticas. Los problemas que provocan estas fanáticas están saliendo lentamente a relucir, aunque muchas de las Cortes Doradas más urbanas temen que sus rivales rurales estén reuniendo un ejército de prostitutas y strippers que acaben barriéndolos hasta el mar.
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