En Asia han sido empleadas múltiples drogas a lo largo de los siglos, desde la marihuana en algunas ceremonias religiosas hindúes, al opio fumado por la gente tan diferente como las tribus de las colinas Tailandesas y los mandarines de la China imperial. Sin embargo, sólo cuando los británicos necesitaron de un producto para intercambiar por el té chino fue cuando la adicción a las drogas pasó a ser un problema generalizado, y el tráfico de las mismas un origen importante de conflictos e ingresos. El opio continuó siendo un problema incontenible para los chinos hasta que los comunistas asumieron el gobierno en 1949. La brutal política de represión de los comunistas chinos pronto acabó erradicando casi por completo el consumo de drogas, que había sido el principal azote del país. Sin embargo, el comercio y aquellos que ganaban dinero con él lograron sobrevivir en el exterior.
La Guerra de Vietnam devolvió a Asia la actividad generalizada de tráfico de drogas. Delincuentes de Vietnam y Tailandia, ansiosos por encontrar una nueva honrada de adictos que reemplazara a los que habían perdido en China, introdujeron la heroína para su consumo por los desconsolados soldados americanos. Aquellos que volvieron, llevaron consigo el gusto por la heroína de vuelta a América y la introdujeron en la contracultura de los años sesenta. Había nacido un nuevo mercado de drogas que otorgaría riquezas, aparentemente inagotables, a aquellos que controlaban el acceso a las adormideras de opio, de las que la heroína había derivado. De forma natural, y casi inmediatamente, se entablaron feroces luchas que disputaban el control del Triángulo Dorado (la región que engloba Tailandia del Norte, Laos y Birmania). Eran alentadas por el dinero de las drogas, los pistoleros de la CIA y la incapacidad de cualquiera de los países involucrados para eliminar con éxito el comercio de la heroína.
Finalmente el sureste asiático se revolvió. A pesar de los billones de beneficios que reportaba la heroína, la gran corrupción que el comercio de drogas había generado, y la violenta resistencia de los señores de las drogas, los gobiernos regionales lograron lentamente cerrar el Triángulo Dorado. La heroína estaba debilitando la propia existencia de muchas naciones del sureste de Asia; sus gobiernos respondieron con sentencias de muerte para cualquiera que llevara cabo algún tipo de contrabando, la desintoxicación obligatoria y cruel de los adictos y, en Tailandia, la intervención del poderoso e influyente rey. Hoy, aunque el opio crece todavía en el Triángulo Dorado, el tráfico de heroína ha desaparecido casi por completo de Tailandia y no supone ya una amenaza tan importante para la estabilidad nacional.
Pero el narcotráfico en sí no desapareció, simplemente desplazó sus actividades hacia países más hospitalarios, aquellos cuyos gobiernos fueron demasiado corruptos o ineficaces para frenar a los señores de las drogas. En Birmania, Laos y Afganistán, las drogas continúan siendo un gran negocio. Los señores del narcotráfico a menudo poseen ejércitos suficientemente grandes como para combatir en batallas campales contra tropas del gobierno, una situación que rememora los peores días del Triángulo Dorado. Desde sus bases ocultas, estos magnates del comercio sobornan a funcionarios del gobierno, financian guerras e introducen su producto en otros países asiáticos. Generar mercados próximos es su forma de asegurarse su constante prosperidad, a pesar del poco dinero que ofrezca el mercado asiático en comparación con el de los Estados Unidos o Europa.
En los últimos años las drogas de bajo coste han inundado Asia, siendo su objetivo el mercado que más crecimiento ha experimentado, el de pobres desesperados. Mientras las filas de pobres desposeídos y desesperados crecen, el problema aumenta. El incremento de adicción conduce al ascenso de los niveles de crimen menor e inseguridad, y conceden mayores oportunidades a los criminales para dominar y corromper las ciudades y comunidades de las que se alimentan. La mayor parte de Asia se encuentra en esta lenta cuesta abajo, un camino trillado por Hong Kong y Japón, un círculo vicioso que conduce a la desintegración y la desesperación entre miles de adictos que acaban en las calles en busca de su próxima dosis.
El Perfume de la Amapola Podrida
Como la principal preocupación de los Kuei-jin es el Chi, éstos no tienen ningún interés particular en el tráfico de drogas. De hecho, muchos antiguos de las cortes del Quincunx tienen auténtica antipatía al narcotráfico. Recuerdan la humillación que sufrió China a manos de los británicos durante las guerras del opio, y han trabajado para oponerse a los señores de las drogas en sus propios círculos de influencia. Las autoridades mortales modernas están también indignadas por el modo en que este mercado socava su poder y control. Hay pocos Catayanos que quieren despertar cualquier tipo de interferencia oficial, por ello guardan las distancias con sus enlaces en la droga. El hecho de que hacer esto de cabida a muchos prejuicios innatos, para los antiguos es una feliz coincidencia. Irónicamente, estos mismos antiguos apoyaban, desde finales del siglo XIX en adelante, esfuerzos de diversas Tríadas que trataban de vender opio y más tarde heroína en Europa y Norte América. Este comercio representaba un claro ataque a occidente, y ha tenido efectos positivos sobre la noche inmortal (supone gran parte del avance que han logrado las Tríadas en el Gran Salto al Extranjero).
Si te gustó o fue útil no olvides compartir
Suscribirse a:
Enviar comentarios
(
Atom
)
0 comentarios:
Publicar un comentario