Historia de los Yakuza

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La historia de los yakuza se remonta al siglo XVIII, a dos grupos específicos dentro de la estricta represión social de los shogunatos Tokugawa: los Bakuto (jugadores itinerantes) y los Tekiya (vendedores ambulantes). Ambos grupos procedían de la misma clase social, los pobres sin tierra, y eran considerados como delincuentes e inadaptados sociales. Cada grupo estaba dividido a lo largo de franjas geográficas, con bandas que dirigían el juego o el comercio dentro de cada región específica y evitaban cualquier conflicto que podrían arrojar las autoridades Tokugawa sobre ellos.

Finalmente, al declinar la autoridad de los shogunatos Tokugawa, las diversas bandas comenzaron a construir organizaciones, utilizando la ceremoniosa estructura de la familia japonesa (gumi) como modelo, probablemente porque la gumi era una estructura política dominante bajo los shogunatos. Estas bandas se hicieron bastante poderosas, controlando distritos completos y dictando condiciones a los debilitados oficiales Tokugawa, nobles locales y mercaderes. En un temprano símbolo de su visión política, algunos de los más poderosos jefes yakuza se alinearon con la restauración Meiji y fueron posteriormente generosamente recompensados por sus esfuerzos, lo que condujo a los yakuza a la corriente dominante dentro de la sociedad japonesa.

Los yakuza se modernizaron junto con Japón, tomando el control del trabajo de la construcción, la industria de los rickshaw (Calesa oriental de dos ruedas tirada por un hombre) y los muelles, aunque el juego siempre permaneció en el centro de su identidad y rentabilidad. La fuerza policial al estilo occidental de la modernización y la relativa honestidad del régimen Meiji empujaron aún más hacia la clandestinidad las actividades ilegales de los yakuza. Esto condujo al establecimiento de negocios legales que ocultaban la actividad ilegal, por un lado, y los sobornos a la policía local por el otro. La participación de los yakuza en política, que había comenzado durante la agitación de la Restauración Meiji, continuó. Los yakuza se hicieron con el control de funcionarios mediante sobornos y chantajes, inicialmente para proteger sus actividades ilegales de interferencias oficiales, claro que pronto su interés tomó otro cariz.

Los yakuza llegaron a construir estrechos vínculos con el auge de ultra nacionalismo japonés, generando ligaduras inseparables entre el crimen organizado y la política. estos lazos ayudaron a los ultra nacionalistas a tomar el control de Japón y, finalmente, zambullirlo en la Segunda Guerra Mundial. La razón para el desarrollo de estos grupos políticos criminales era la amenaza izquierdista al poder de los yakuza, la famosa Genyosha (Sociedad del Océano Negro), que organizó el asesinato de la Reina de Corea como pretexto para la ocupación japonesa de la península en 1895. Los izquierdistas eran enemigos declarados, trataban de eliminar la corrupción de los mercados laborales y de la vida pública en general, y promovían la resistencia entre los pobres de las calles a los expolios de los yakuza. Los jefes de los yakuza descubrieron que los partidos políticos del ala derecha estaban deseosos por contratar sus servicios. Otra razón para la alianza entre yakuzas y ultra nacionalistas fue el hecho de que ambos reclutaban gente tomándola del mismo grupo de jóvenes matones desempleados.

Los años veinte y treinta presenciaron el auge de los yakuza, era la época en que sus aliados políticos les apoyaban y protegían. Durante este período muchos de los principales yakuza gumi aún conocidos hoy día, por ejemplo los Yamaguchi-gumi, se establecieron y llegaron a afianzarse tanto dentro de la economía del mercado negro como en los negocios legales. El imperio de Japón se expandía hacia el extranjero y lo mismo hacía el de los yakuza. Se instalaron en las nuevas colonias japonesas, estableciendo sus operaciones entre las comunidades de inmigrantes japoneses en América del norte y del sur. Los primeros crímenes yakuza en los Estados Unidos implicaban el contrabando de drogas y tuvieron lugar ya en el año 1930. Sin embargo, este incipiente problema fue sofocado, junto con muchas otras actividades yakuza, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Los líderes ultra nacionalistas japoneses se mostraban totalmente dispuesto a utilizar a los yakuza, pero los despreciaban por múltiples razones; de clase, raza, casta e ideología. Cuando la Segunda Guerra Mundial catapultó a los ultra nacionalistas hacia un control casi total, los yakuza descubrieron repentinamente que sus antiguos aliados ya no los necesitaban. De hecho, los nacionalistas incluso les atacaron, y muchos miembros de los yakuza acabaron en la cárcel o reclutados para combatir con los ejércitos del emperador. La guerra acabó también con los yakuza enviados a América, su encierro primero en campos de internamiento y su posterior deportación ilegal de vuelta a Japón, significaron el fin de su influencia. Sin embargo, estos contratiempos no dañaron considerablemente el profundo poder que los yakuza tenían como conjunto. La organización prosperó en el mercado negro y salió catapultado de la guerra con más apoyos y más centrado que nunca.

Tras la guerra, los yakuza tuvieron un poderoso patrocinador en la CIA. Ésta ordenaba a oyabun de alto grado que habían sido liberados de la cárcel (jefes yakuzas) emplear su influencia para combatir el movimiento de la unión pro comunista. Esta acción favoreció que los yakuza pudieran volver a hacerse con su antigua influencia política y empresarial, que mantienen hasta hoy día a pesar de las ofensivas, poco entusiastas, lanzadas contra ellos en 1964 y 1995. Los contactos con grupos extranjeros, especialmente con la mafia Córcega y las Tríadas (que compartían el auspicio de la CIA con los yakuza), les condujeron a implicarse en el narcotráfico internacional y en el floreciente negocio del sexo. A través de ellos, los yakuza cada vez obtenían una mayor influencia en Filipinas, de la misma forma que las Tríadas lo hacían en Tailandia.

En el nuevo entorno democrático y empresarial, dos nuevos grupos adquirieron importancia dentro de los yakuza; los gurentai (matones de las calles) y los sokaiya (mafiosos empresarios). Los anteriores siempre habían estado ahí, pero la necesidad de una mayor mano de obra significaba que muchos delincuentes comunes de las calles, de quienes los yakuza habían rehuido, se convertían ahora en reclutas. Los sokaiya, en cambio, representaban una forma completamente nueva de delincuencia, creada por aquellas enormes multinacionales japonesas (llamadas zaibatsu) que no tenían deseo de responder ante sus accionistas. Los sokaiya se especializaron en proteger a las zaibatsu de sus socios financieros y más tarde se convirtieron en sanguijuelas del sistema económico dedicándose a obtener dinero por extorsión de todo el ámbito de los grandes negocios.

La riqueza y las oportunidades de los años sesenta sobrepasaron la capacidad de las estructuras tradicionales de los gumiyaku para manejar la diversidad y el volumen de negocios del nuevo entorno. Como consecuencia de ello se constituyeron sindicatos de gumi, frecuentemente tras violentas guerras de bandas que acabaron suponiendo el último impulso que, finalmente, acabó con la relación tradicional entre los vecinos y el clan yakuza de su secta. Tan inmunes como el resto de la población al enorme impacto de la cultura americana en Japón, muchos miembros yakuza adoptaron la descripción de Hollywood de los gánsteres, con sus trajes oscuros, gafas de sol y grandes autos. Los yakuza pudieron alardear de su estatus a pesar del creciente resentimiento público que había hacia ellos, sólo gracias a la insoportable corrupción de los políticos japoneses.

La modernización quebrantó lentamente las tradiciones de los yakuza, mientras que el aumento de la violencia y el narcotráfico combinado con el fracaso en la conservación de sus raíces locales acabaron por forzar una acción en su contra. La profunda necesidad económica de los años noventa limitó la capacidad de los yakuza para comprar su salida de cualquier situación, mientras que su implicación en el crimen internacional, especialmente en Hawái, añade aún más presión a sus operaciones en el extranjero. Todavía queda por ver cuanto más podrán permanecer unidas las estructuras tradicionales de los yakuza; cuando finalmente se derrumben, lo que quede serán entidades corporativas puramente criminales, más parecidas a una corporación occidental que a una familia japonesa. Estas organizaciones serán probablemente incluso más influyentes (y hasta más peligrosas) que antes.

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