Medicina Moderna y Superpoblación

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La introducción de la medicina moderna en Asia a cargo de los europeos, y especialmente su efecto sobre la mortalidad infantil, son consecuencias de largo alcance más allá de las meramente humanitarias. La población de mayor arraigo cultural continuaba con su querencia a tener grandes familias, con muchos niños, y cada vez morían menos de ellos: la población asiática experimentó un boom. Esto compensaba el hecho de la baja densidad de población que, fuera de China y la India, era un aspecto definitorio de gran parte de la historia asiática. De hecho, muchas de las guerras que habían luchado los reinos tuvieron como objeto obtener recursos humanos. Incluso, hasta la era moderna, las poblaciones de China y la India no eran excesivamente grandes para unas naciones de un tamaño y riqueza tan considerable.

Entre 1850 y 1970 la población asiática hizo explosión. Este hecho condujo a la degradación de la Tierra por la sobreexplotación de los cultivos (al tratar los campesinos de mantener a más gente), a un fuerte ascenso de la pobreza, a un gradual desplome de la cultura tradicional y a un dramático incremento de la urbanización. Mientras, en una de las grandes ironías de la historia, nadie estaba dispuesto a volver a los días en los que había que dejar morir a los niños enfermos pero, en lugar de ellos, debían vivir en la penuria. Este problema persiste hoy por todo Asia, excepto en aquellas naciones que han logrado modernizarse por completo (como Japón, Corea y Singapur), pero incluso estas últimas continuarán excesivamente superpobladas en décadas venideras.

Revolución Verde y Conmoción Rural

La ciencia acudió en ayuda de la floreciente población asiática en los años sesenta, introduciendo modernas técnicas farmacéuticas y variedades de grano, fertilizantes y pesticidas químicos. Estos cambios dieron fin (excepto en circunstancias excepcionales, como guerras o sequías) al ritual de la hambruna generalizada que, casi cada año, asolaba Asia. Mucha gente habitaba las proximidades de la tierra cultivable y esta expansión, junto a los cambios masivos en el propio corazón de la vida rural, no pudo prestar su ayuda sin tener a su vez otras importantes consecuencias. El efecto más notable fue una mayor aceleración del proceso de éxodo desde las zonas rurales a las ciudades, al tiempo que cada vez se necesitaba menos gente para producir siempre mayores cosechas.

Esta tendencia acrecentó los cambios culturales que había tenido como consecuencia la modernización de la agricultura. El cultivo ya no estaría gobernado por el flujo y el reflujo de la vida en la aldea, sino por una ciencia que, a menudo, apenas era comprendida. La necesidad de productos químicos y en ocasiones de suministros especiales de semilla, introdujo en la vida de la aldea la economía moderna, debilitando la autoridad tradicional en algunos lugares y reforzándola de manera drástica en otros, pero en todos los casos destronando los patrones sociales establecidos tradicionalmente. En muchos países, estos tumultuosos cambios fueron seguidos por disturbios públicos y conflictos que, con la hambruna como alternativa, hicieron que las transformaciones fueran totalmente irreversibles.

Industrialización y Explotación

La determinación que Asia mostraba en su camino hacia la modernización encontró un poderoso aliado en las empresas internacionales, que buscaban nuevos lugares donde establecer sus fábricas de manera más fácil y barata. Mientras la inestabilidad inicial que la modernización había generado retrocedía o era reprimida por regímenes dictatoriales, los negocios se instauraban y la industria llegaba a Asia de forma imparable. Primero ocurrió en el este de Asia donde el milagro económico japonés se desbordaba hacia Corea del Sur y Taiwán, mientras que el comunismo traía la industrialización en masa a China. En el sureste y el sur de Asia el proceso era más lento, pero no menos transcendental.

La industrialización trajo enormes riquezas al continente, suministrándole los fondos que permitían la creación casi de la noche a la mañana de sistemas de carreteras, redes eléctricas, hospitales y todo tipo de infraestructuras. Los beneficios del crecimiento y el desarrollo fueron incontables y el símbolo más representativo de la nueva riqueza fue la ascensión de una clase media culta, rica y que se hacía oír. Esta clase media reinterpretó su cultura, exigió una presencia en la política y en general introdujo un nuevo dinamismo en Asia, convirtiéndose en importante defensora de la ley, la democracia y los derechos humanos.

Mientras unos pocos se enriquecían, muchos no lo hacían, y algunos otros incluso se empobrecían aún más. Cientos de miles abandonaban las áreas rurales hacia las ya superpobladas ciudades, en busca de iniciar una nueva vida en la economía industrial. Pero no había trabajo suficiente para todos y muchos encontraron su nuevo hogar en los barrios bajos y las chabolas que crecían rodeando las principales ciudades asiáticas. Incluso aquellos que habían encontrado trabajo en las fabricas no habían mejorado precisamente y disfrutaban de salarios tan mínimos como de quince centavos por día. Es más, las fabricas rara vez eran lugares seguros y los intentos de sindicarse, u otras formas de llevar a cabo protestas contra las atroces condiciones de trabajo, se encontraron con violentas acciones de la policía y otros tipos de actitudes opresivas por parte del gobierno.

La industrialización no ha supuesto únicamente la explotación de la población; el medio ambiente asiático ha sufrido también grandes daños debdo a la contaminación incontrolada y la explotación irresponsable de los recursos. Incluso en los países más ricos como Japón, la protección del medio ambiente no se toma tan en serio como debería y el daño está empezando a afectar drásticamente a la salud de la gente que vive en las proximidades de las zonas más afectadas. Los intentos de activismo medioambiental se encontraron con la misma opresión e intimidación que los de tipo laboral, las necesidades de nuevas inversiones garantizaron que los gobiernos asiáticos continuaran cerrando los ojos ante este vandalismo contra el medio ambiente.

Los Programas de Alfabetización y la Agitación de los Extremistas

El desarrollo de una sociedad urbana permitió a las naciones asiáticas hacer un mayor esfuerzo en la alfabetización de su población, como en otros programas educacionales. Se buscaba con entusiasmar la educación tanto por motivos culturales (que en el este de Asia otorgaban un gran valor social al aprendizaje), como porque ésta en si misma era considerada como el primer paso para construir una sociedad tecnológica. Esta nueva enseñanza era por omisión de naturaleza altamente occidentalizada y vino acompañada de una explosión de ideas políticas del mundo occidental. Anteriormente, sólo una élite restringida había conocido conceptos como comunismo, nacionalismo y socialismo; con la expansión de las oportunidades educacionales estas ideas se generalizaron. No sorprende que gran parte de la población recién alfabetizada desplazara sus ideologías hacia aquellas de tipo más revolucionario, en búsqueda de una solución a los problemas que aquejaban a sus países y dada la extendida pobreza de sus compatriotas, la lucha contra las cada vez más anticuadas tradiciones (que entraban en conflicto con la modernización) y la notable interferencia de las antiguas naciones colonialistas.

Cambio Cultural y Perversión de la Tradición

Lo que es aceptable para una generación no siempre lo es para las posteriores. Este hecho es una verdad en las naciones asiáticas tanto como en cualquier otra. La modernización condujo al abandono de las practicas tradicionales menos atractivas (algunas por completo, otras parcialmente), mientras sólo unas pocas persistieron llegando a convertirse en problemas crónicos. Las tradiciones que desaparecieron por completo de la sociedad, generalmente lo hicieron a causa de un cambio social gradual, la intervención directa del gobierno o el descontento popular. En China, por ejemplo, los comunistas suprimieron la ancestral costumbre de vendar los pies de las mujeres, que implicaba tullirlas intencionadamente en nombre de la belleza. Por otro lado, en Japón, el antiguo sistema social de castas cayó lentamente en desuso gasta que simplemente dejó de existir. Y en la India, el clamor popular ha provocado la puesta en práctica de estrictas leyes que tratan de controlar el uso tradicional de la marihuana.

El ensimismamiento en otros sectores de la sociedad normalmente suele preservar aquellas tradiciones que sólo desaparecen parcialmente; la cultura samurái de Japón perduró como la nueva ética de las clases urbanas y, de forma parecida, las tradiciones de sadhus y gurús en la India se transformaron en el movimiento religioso de la Nueva Era, que surgió del movimiento hippie de los años sesenta. Estas tradiciones que se niegan a desaparecer son a menudo causa de graves problemas y acrecientan muchas de las otras tensiones que la modernización provoca. Millares de razones justifican la supervivencia de estas tradiciones, quizá el caso más conocido sea el de sistema de castas en la India que, a pesar de su carácter inhumanitario, ha resistido a décadas de reformas ideadas para acabar con su influencia. En otros casos, una organización o comunidad específica puede apoyar una práctica tradicional porque se ajuste a sus necesidades particulares.

El ejército indonesio y los yakuza son buenos ejemplos de esta situación. Ambas organizaciones se esfuerzan en mantener la apariencia que les otorga su reputación histórica, que les permite disfrutar de un nivel de legitimación popular que no le otorgarían sus más recientes actos. Los yakuza mantienen una apariencia de asociación de defensores del vecindario, en lugar de familias del crimen organizado, mientras que el ejército indonesio oculta su naturaleza corrupta y dictatorial bajo el velo de su historia como ejército revolucionario anticolonial. Aquellos que están al mando dirigen este sombrío juego a través de políticas intencionadas que juegan con la ignorancia popular, representaciones de muestras de generosidad y el beneficio de los pocos que en estas organizaciones aún conservan su planteamiento original. Un buen ejemplo de este comportamiento fue la respuesta de los yakuza al terremoto de Kobe en 1995, suministrando ayuda durante días antes de que el gobierno lograra organizarse lo suficiente para hacer algo constructivo. A cambio de una cierta mentalidad cívica, los yakuza vieron reforzada en gran medida su imagen tradicional y complicaron aún más a la policía la tarea de impedir sus actividades delictivas.

Las tradiciones más peligrosas de las que subsisten a la modernización no son en realidad las auténticas, sino más bien las creaciones de extremistas religiosos o políticos que han inventado una falsa creencia o historia para justificar sus acciones o motivar a sus seguidores. Esta manipulación de la historia y la cultura no está limitada a los estados modernizados o a Asia, pero es mucho más fácil consumar en una nación afectada por importantes cambios y en la que la mayoría de población se ha visto atrapada a mitad de camino entre la comodidad de las antiguas certezas y el atractivo de los placeres modernos. En estas ocasiones, la seducción da la vuelta a una supuesta edad dorada, de culpar a un despreciado grupo minoritario y de dirigirse hacia el extremismo religioso, es una posibilidad muy atractiva y que favorece estados de grave desestabilización social y política.

El extremismo religioso en el sur y el sudeste de Asia es quizás el mejor ejemplo de esta manipulación intencionada de los valores sociales. Ambas regiones disfrutaban de una tradición de tolerancia religiosa y sincretismo, pero la modernización los ha transformado en áreas que, en su recién educado celo, desean llevar la "verdadera" ortodoxia a su fe. Estos movimientos, en religiones tan diversas como el Islam y el hinduismo, no denunciaban a las formas de culto tradicionalmente flexibles como inductoras de la permisividad moral ocasionada por la occidentalización. Estas corrientes religiosas, con sus flagrantes y deliberadas tergiversaciones, han provocado graves efectos, retrasando con frecuencia el desarrollo de los derechos de las mujeres y alentando la violencia sectaria.

Oportunidades de Oro, el Esplendor en Declive y los Pequeños Infiernos

El crecimiento masivo de las ciudades ha supuesto una bendición para los Kuei-jin urbanos. Cosechar Chi ha llegado a ser casi ridículamente sencillo y han crecido, junto a la industrialización y la centralización, las oportunidades de hacerse con riquezas e influencias mundanas. La decadencia de las áreas rurales ha minado, por otro lado, las zonas de influencia de los Kuei-jin no urbanos, al igual que ha sucedido para muchas de las penangallan de las Cortes Doradas. Este poder se ha transferido a las emergentes cortes de las ciudades con una velocidad que desafía a la glacial tranquilidad habitual de la política Kuei-jin, provocando numerosas Guerras en las Sombras. Irónicamente, en los casos aislados en los que existía una corte en una religión que permanecía próxima a sus orígenes rurales (por ejemplo, Birmania, Laos, Mindanao en Filipinas, o en las provincias occidentales de China), los miembros de la corte se han encontrado también gravemente debilitados, careciendo de los recursos mortales y del Chi disponibles en las cortes de las regiones más modernizadas. Muchas de las cortes rurales, al igual que otros shen, luchan desesperadamente por su supervivencia y son conscientes de su debilidad y aislamiento, que continuamente ponen a prueba su fortaleza (este es el caso especialmente de los cambiaformas Hengeyokai).

Las cortes que están experimentando un mayor crecimiento son aquellas que se han adaptado a la modernización, como lagunas Cortes genji en Japón, la Corte del León Dorado en Singapur o la Corte de la Llama en Hong Kong (en mayor grado los Diablo Justicieros de Kowloon). Con su recién descubierto poder, estas cortes presionan para debilitar a las cortes más tradicionales. Este hecho se produce de manera muy sutil en el caso de la Corte del León, a causade los pujantes poderes de los que aún disponen las penangallan. Desde sus despachos en los centelleantes rascacielos de hierro y cristal, las modernizadas cortes observan con menosprecio las ruinas del pasado y planean nuevas conquistas que aseguren aún más su poder sobre las masas y los vastos recursos de Chi que representan. Ignoran las acusaciones de las crotes rurales sobre supuestos sobornos para infiltrar subalternos de los Reyes Yama en sus modernos dominios. Gran parte de las propias cortes urbanas son tradicionalistas, pero se han aprovechado del festín de Chi y riqueza que las inesperadas circunstancias les han brindado a la mesa.

Sin embargo, todas las cortes de las ciudades se muestran expectantes, ya sean modernas o tradicionales, ya que las cortes rurales aún pueden optar por resolver los problemas con sus propias manos, tal y como hicieron bajo la cubierta del Año Uno en Camboya y con la Revolución Cultural en China. Las cortes rurales altamente tradicionalistas distan de haber sido derrotadas, de hecho, por lo general suelen ser más poderosas que sus modestos rivales en el uno contra uno, y en una posible guerra en la medianoche, barrerían con toda probabilidad a las nuevas cortes. Por el momento, contraatacan bajo la apariencia de movimientos nacionalistas y tradicionalistas que surgen de manera espontánea en la sociedad humana, en respuesta a las presiones de la modernización. Irónicamente, estos grupos inventan tradiciones en el mismo grado que protegen a la cultura tradicional. Con su apoyo a estos movimientos, los antiguos más conservadores sólo logran debilitar aún más la sociedad a la que tratan de mimar desde la historia.

Las cortes rurales aducen que las ciudades constituyen un excelente terreno para los akuma y los Reyes Yama, y no lo hacen sin sentido. Las modernizadas ciudades asiáticas constituyen un territorio muy fértil para los Kuei-jin y a los Reyes Yama se les presentan aún más apetecibles. El sufrimiento y la desesperación que hacen que sea tan sencillo alimentarse para los Kuei-jin, genera también las condiciones necesarias para que los señores de los Mil Infiernos puedan extender su dominio. El progreso de su influencia se ha visto favorecido por la pérdida de la fe y las estructuras sociales tradicionales que ayudaban a mantener a los demonios alejados. De hecho, algunas regiones del Reino Medio se han convertido en tan terribles y horripilantes que están comenzando a manifestarse en ella zonas del Mundo Yomi de forma directa. El Muro que rodea a los reinos espirituales se ha debilitado hasta casi desaparecer, y el sufrimiento y la corrupción crean pequeñas parcelas del Infierno en la propia Tierra.

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