Claro está que las penangallan no se han quedado de brazos cruzados a la hora de defender sus reinos. La reputación que las reinas de la jungla tienen de ferocidad está bien ganada, gracias a sus métodos brutales y directos. Se han beneficiado de los revolucionarios rurales y las tribus de las colinas que pueblan el sureste de Asia, incluyendo a la Khmer Rouge en Camboya. La campaña de Pol Pot en aquella nación fue un intento de volver a un "año cero", un holocausto cultural de una escala inimaginable. Aunque no fueron responsables de tal masacre, las reinas de la jungla la alentaron y obtuvieron beneficios para sus propias contiendas y para mantener a todos fuera de sus dominios. Aún así, incluso esta drástica táctica no ha funcionado. La muerte de Pol Pot y la presión internacional sobre los Khmer Rouge han puesto freno a sus peores excesos. Ahora, hasta los partidarios de la línea dura han empezado a darse cuenta de que deben adaptarse o morir.
Los actuales acontecimientos se alejan velozmente del control de las reinas de la jungla. Las poblaciones rurales sobre las que reclaman soberanía son desesperadamente pobres. Tanta destrucción de infraestructura física e intelectual, en guerras sin sentido, ha dejado a países como Laos o Camboya poco preparados para poder aprovechar las oportunidades económicas de las que sus vecinos más afortunados se han beneficiado. La efectividad y el trabajo duro no alimentan a las familias y sí lo hacen, en cambio, objetos y fragmentos de templos robados. Los famosos templos Khmer que salpican las junglas de Laos, Camboya y Tailandia representan una fuente de fabulosas riquezas para los pobladores locales. No les preocupa mucho el hecho de estar desmantelando su propio pasado; la supervivencia es su principal prioridad. El problema se ve agravado por la participación de bandas organizadas y de los militares en el mercado ilegal, y el hecho de que incluso una modesta pieza (por ejemplo la cabeza de una estatua o unos pocos pies cuadrados de un friso) suponga dinero suficiente para alimentar a una familia durante casi un año.
Al principio las reinas de la jungla no estaban demasiado preocupadas, abandonaron la Guerra Agkor y se retiraron confiando en que la tupida jungla mantuviera ocultos sus templos y guaridas. Sin embargo los conservacionistas, y los saqueadores, han estado consiguiendo nuevas tecnologías en los últimos años, y con sofisticados sistemas de radas han localizado diversos templos anteriormente desconocidos.
Una vez más, la situación de la región es muy inestable. Cada vez que un grupo de saqueadores es atacado, el próximo trae más hombres y un armamento más pesado. Los Kuei-jin urbanos emplean Pantallas Escarlata para manejar a militares, contrabandistas y policías, manteniendo así el flujo de tesoros arqueológicos; las penangallan, por su parte, se han percatado de que deben dejar a un lado sus propias diferencias si quieren sobrevivir. La tregua entre las reinas de la jungla es muy frágil y algunos la han utilizado para sacar provecho de sus rivales más confiados (y atrevidos). Las penangallan, mientras tanto, tratan de empezar a ejercer cierta influencia sobre eruditos internacionales y conservacionistas. A la mayoría se les escapa la ironía de esta estrategia, pero las más astutas ya sospechan que involucrar a la comunidad internacional puede, a la larga, ser mucho más perjudicial para su causa que, simplemente, permitir que continúen los tradicionales baños de sangre en la jungla.
Pantallas Escarlata
El conflicto está siendo librado casi únicamente por representantes de los bandos, al estar las respectivas Pantallas Escarlata dispuestas unas contra otras. Las penangallan se han mostrado más reacias a dirigir nuevos ataques desde que, para sorpresa de sus miembros más tradicionales, comprendieron que los campamentos militares podrían ser extraordinariamente letales, especialmente aquellos dirigidos por un Dhampyro o acompañados de un Shih. Muchos delos Kuei-jin urbanos involucrados en la lucha actúan desde ciudades de Tailandia, incluyendo Bangkok, Khorat y Ubon Ratchathani (cerca de la frontera con Laos). Muchos de ellos son hombres que se sienten marginados por las reinas de la jungla, aunque también hay involucradas mujeres urbanas. Militares de Camboya y Laos y las numerosas expediciones privadas abastecen de tesoros robados a estas Pantallas Escarlata de las ciudades, ellas luego se encargan de repartirlas en su nombre por los bazares de Bangkok, en los que esperan los ricos occidentales.
Las penengallan solían depender de los campesinos locales, aunque recientemente han comenzado a acudir a las numerosas unidades de Jemeres Rojos que aún pueblan Camboya. Así, éstas ya se han enfrentado en ocasiones a las RFAC (Reales Fuerzas Armadas Camboyanas) para "proteger" lugares sagrados (es decir, saquearlos). Las reinas han montado algunas Pantallas Escarlata entre la policía tailandesa para tratar de controlar el contrabando, en la RFAC para intentar frenar el saqueo, e incluso entre las organizaciones conservadoras para traer un aporte de presión internacional que le ayude en su resistencia. Con ellas han logrado hasta el momento un éxito relativo, aunque las reinas de la jungla no han considerado por completo las implicaciones a largo plazo. Es improbable que sean capaces de cambiar la tendencia de los acontecimientos sin poseer más influencia en el mundo mortal.
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