Pobreza y Atraso

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Sólo unas cuantas naciones asiáticas han conseguido superar el legado de la superpoblación, el analfabetismo y el estancamiento dejado por el colonialismo y la interferencia occidental. Los pobres están alimentados y alojados con una calidad de vida razonable únicamente en Japón (que contaba con una ventaja de 100 años), en Corea del Sur (que fue antigua colonia japonesa) y en Singapur. En el resto de Asia el número de pobres se eleva y disminuye con las fortunas de sus naciones, y su existencia es tan precaria que una mala cosecha, un desastre natural o el desmoronamiento de los valores del mercado puede llevarles, de una precaria supervivencia, al hambre.

Casi toda persona en Asia se ha visto obligada en los últimos quince años a verse abocada a un régimen capitalista; personas atrasadas y sin educación pasaron a depender de los bienes y servicios del exterior, que sólo podían adquirir a cambio de dinero (un dinero que no poseían y para el que disponían de medios limitados para conseguirlo). La modernización transforma a estas personas en pobres, y sus limitadas oportunidades no les permiten sacara apenas provecho de los beneficios que la modernización puede suponer para superar su pobreza o su atraso. Atrapadas en este círculo vicioso, poblaciones enteras han quedado en la nada en el estallido o milagro económico asiático, son los oscuros desechos de las fábulas de éxito pregonadas a lo largo de los año noventa.

Este predominio de los ciudadanos empobrecidos y atrasados tienen efectos sociales importantes, especialmente en una economía modernizada en la que, de repente, unas personas tienen mucho más que otras. Ante todo aparece la privación de los derechos del pobre que le mantiene anónimo y desatendido, aunque más alarmante todavía es la manera en la que la pobreza llega a ser aceptada por la sociedad. Asia no es ni mucho menos el único ejemplo de este fenómeno, pero es en este continente donde los efectos de la modernización han sacado a relucir con especial crudeza los contrastes entre los atrasados pobres y los nuevos ricos. El desdén acompaña a esta aceptación, así como la creencia de que tratar de "resolver" el problema de la pobreza está más allá de la capacidad de una nación.

Lo más dañino de todo es que esta aceptación supone una perdida de esperanza. La modernización representa su papel en esta desesperación al alentar a los pobres a desplazarse a las ciudades en busca de un empleo remunerado; la cultura tradicional daba justificación a sus penurias, y la modernidad sólo les otorga inalcanzables espejismos de prosperidad material. Es en los suburbios urbanos de Asia moderna donde se desarrolla la peor pobreza.

La realidad física del pobre es una lejanía de aquello de lo que carece: un acceso fácil a atención médica, agua corriente, suministros de comida fiables, viviendas decentes, educación, asistencia legal y los medios modernos de comunicación e información. Esto último es especialmente importante debido a que la ignorancia hace que escapar de su difícil situación sea aún más complicado y le hace ser más fácilmente presa de criminales y corruptos. Ser explotados y sufrir abusos es la realidad social de los pobres; impotentes en países que carezcan del debido respeto por los derechos humanos o los procesos legales. Se pobre es, con todo esto, aún más duro en Asia. Para la gran mayoría es desgarrador, enfrentados como frecuentemente están a brutales decisiones, necesarias para evitar la muerte y el hambre. Sólo los insaciables humanos son capaces de mantener la situación en la que se encuentran estas personas.

Una Amarga Cosecha que Recoger

La pobreza es de gran ayuda para los Kuei-jin, ya que les provee de un suministro casi inagotable de Chi. En realidad los pobres constituyen una moneda de cambio entre los Muertos Famélicos: el control sobre un complejo de viviendas o una barriada representa una gran riqueza, una reserva de Chi que puede ser consumida, utilizada para comerciar o "almacenada" por un wu o un único Catayano según crea necesario. La cosecha de este Chi la hacen aún más fácil la muerte y el dolor tan frecuentes en las calles, barriadas y casas de vecinos de la clase trabajadora de las ciudades asiáticas. El Chi es mucho más importante para un Kuei-jin que riquezas mundanas tales como el dinero, las drogas, un patriotismo real o incluso el poder político. El uso de estas chucherías depende, en mayor menor grado, de los Kuei-jin involucrados y está destinado a asegurar el control sobre las fuentes de Chi.

La dieta de los Kuei-jin no está restringida a los pobres pero, su número, su impotencia, sus cortas y crueles vidas y el desinterés oficial por su bienestar, les convierte en las presas más fáciles. Sólo los más flagrantes abusos destacan entre los horrores cotidianos de barrios y callejones. Algunos Kuei-jin llevan a cabo una cierta aportación positiva, impidiendo a cualquier otro (humano o shen) alimentarse de sus recursos. En última instancia, los humanos son siempre ganado, ganado bien tratado eso sí, pero ganado al fin y al cabo. Este hecho supone problemas para algunos Monos Corredores y Dhampyros que aún sienten una conexión con su humanidad. ¿Cuán humano puedes ser cuando tus acciones, o al menos las ordenes de tus superiores, tienen su fundamento en la idea de que los seres humanos no son nada más que ganado?

Los pobres son también atractivos para los Kuei-jin debido a otra razón. A causa de su tradicionalismo los pobres están más abiertos a la superstición y por ello se inclinan más a ser fácilmente intimidados o a mostrar el respeto apropiado hacia un Kuei-jin, una actitud positiva en tanto que incumba a los mandarines. Por ello algunos antiguos pueden ser encontrados habitando templos enmohecidos o vecindarios aparentemente carcomidos en las zonas más antiguas y pobres de la ciudad, rodeados por masas respetuosas hacia ellos. Esta presencia física hace perder parte de su exuberancia a los Monos Corredores, especialmente al tratar con humanos que actúan con respeto y siguiendo las tradiciones. Dañar a una persona "respetuosa del Cielo" no granjea el cariño de un joven hacia sus antiguos, algunos de los cuales pueden incluso llegar a desarrollar ligaduras humanas con aquella gente que aún encaja con el perfil de su anticuada y clásica forma de pensar. No obstante, el concentrarse en los barrios más pobres, muchos de estos antiguos, pueden aislarse de los nuevos escaños de poder, lo que hace disminuir aún más su influencia y la conciencia del verdadero estado de la ciudad que habitan.

Los Kuei-jin no son los único que buscan alimentarse de esta parte más vulnerable de la sociedad. Otros shen y también otros monstruos humanos compiten por este privilegio, aunque los conflictos son menos frecuentes de lo que cabría esperarse. ¿Está un ancestro de una corte realmente interesado en controlar unos cuantos barcos o burdeles, cuando solicita a un Mono Corredor que se infiltre en una banda de contrabandistas en Kowloon o en una red de prostitución en Chowringhee? Es extremadamente difícil que los intereses de los antiguos sean tan básicos. Quizás el verdadero objetivo sea fortalecer el control sobre un bloque de viviendas o debilitar el control de un rival sobre una escuela de misioneros para niños de la calle. Para los humanos, no obstante, estas organizaciones están relacionadas únicamente con el dinero. Por ello, coexisten frecuentemente Kuei-jin y delincuentes humanos, llegando incluso a veces a no ser conscientes estos criminales de con quién o qué están tratando. Mientras mantienen el control sobre las fuentes locales de Chi, los mandarines no suelen preocuparse de todo lo demás que ocurre a su alrededor. Esta situación hace de los Kuei-jin unos excelentes aliados para un delincuente humano medianamente inteligente, que simplemente se queda con el dinero mientras el demonio saca provecho del Chi obtenido con las actividades ilegales. Desgraciadamente para los humanos que estén involucrados, los aliados demoníacos suelen tener enemigos demoníacos, que pueden hacer muy difícil la vida para un criminal que sólo quiere seguir con sus actividades deshonestas.

Los Monos Corredores están menos retirados de la sociedad moderna que sus antiguos, y suelen ir tras asuntos determinados por sus antiguos vínculos humanos. No es insólito que un discípulo genere una guerra entre bandas, una campaña de vigilancia, ciertos disturbios raciales o un estallido de violencia religiosa, a veces deliberadamente, a menudo accidentalmente. Sin embargo, y debido a que el interés de los Monos Corredores sobre los problemas mortales decae rápidamente, su efecto sobre las calles es parecido al de un tifón, perjudicial y enormemente poderoso, pero de corta vida. Hay otros shen que constituyen un problema aparte: los cazadores de demonios Shih y las bestias Hengeyokai son especialmente propensos a estableces vínculos cercanos con pobres humanos ya sea de forma protectora, como los Shih, o de carácter explotador, como los hombres araña Kumo. Estos seres suelen reconocer a los Kuei-jin por lo que son y se oponen a sus actividades. Para resistir y adelantarse a tales ataques, los Kuei-jin se vuelven hacia sus títeres mortales (y es entonces cuando se inicia una lucha en la que lo pobres, en el medio, tienen pocas probabilidades de beneficiarse sea cual sea el vencedor).

Revolucionarios de la Noche Eterna

Los más moribundos y opresivos sistemas sociales de Asia son las cortes tradicionales Kuei-jin, donde los ancestros y los mandarines imponen el control total y exigen el cumplimiento de las antiguas tradiciones que tan poca importancia tienen fuera del cerrado entorno de las cortes. Con los Kuei-jin más jóvenes excluidos y explotados, el rencor se mezcla con la inmovilización fomentando explosivas intrigas políticas. Como es lógico, las primeras rebeliones contra el dominio político de los Kuei-jin comenzaron a sucederse tan pronto como las antiguas zonas de influencia cayeron bajo la amenaza de la modernización. Bajo las guerras civiles y la violencia callejera que convulsionaron Asia en los años sesenta, los antiguos y los primeros Príncipes de Bambú combatían sus propias amargas revoluciones. Muchas nuevas cortes se generaron en esta época.

Esta violencia no podía mantenerse durante mucho tiempo. A pesar del efecto debilitador de la modernización, los ancestros eran demasiado astutos para ser derrotados por los más jóvenes Kuei-jin, que ambiciosos pero desorganizados se oponían a ellos. Esta misma ambición es el concepto clave de este asunto, ya que sólo unos cuantos de los que se sublevaron eran auténticos revolucionarios. Tras los idealistas se encontraban muchos otros que simplemente deseaban el poder de los mandarines para ellos mismos, y esos anhelos fueron el arma que las cortes emplearon en contra de los propios revolucionarios. Los astutos mandarines sobornaron a los más jóvenes Kuei-jin con puestos más influyentes, o reemplazaron las cortes derrocadas con versiones algo más modernizadas cuyos nuevos amos dirigían sus intereses para reforzar su propio poder.

El resultado, a pesar del fracaso de los idealistas a la hora de crear una auténtica nueva sociedad Kuei-jin, fue una espectacular reestructuración del poder en las cortes. Los mandarines y los ancestros  no pudieron ignorar por más tiempo a los Monos Corredores, y en consecuencia debieron asignar puestos más influyentes a los jóvenes wu. Los revolucionarios no fueron completamente derrotados, por supuesto. Muchos pasaron a la clandestinidad dentro de las cortes y otros, en su desesperación, recurrieron a los Reyes Yama. Algunos incluso vagaron por las sombras de las grandes ciudades asiáticas, continuando su trabajo sin descanso para tratar de derrocar el gobierno de los ancestros. Declarados heimin o akuma, estos revolucionarios wu trabajan para educar a otros Kuei-jin, buscando aliados y agentes en las cortes, al tiempo que utilizaban su mayor conocimiento del mundo moderno para levantar sus propias Pantallas Escarlatas y cimentar contactos humanos que utilizar en su plan de debilitar las cortes.
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