La capacidad de profesar un odio mutuo basado en los conceptos más falaces es, por desgracia, un error común en todas las culturas, y Asia no es una excepción. En todo caso, la multitud de grupos étnicos y el legado de las políticas coloniales de "divide y vencerás" (continuada aún hoy día por algunos tiranos asiáticos) hace que los problemas de racismo sean aún más incorregibles en este continente. Este es el caso de muchos lugares en los que el racismo es común, aquellos en que las verdaderas diferencias son más de tipo cultural o religioso que "étnicas" por lo que existen pocas razones palpables que parezcan motivo de odio. A veces, es posible seguir el rastro que define antagonismos históricos y sociales como el del sentimiento popular en contra de japoneses y chinos, los dos grupos étnicos hacia los que más ampliamente se muestra aversión en Asia.
En el sureste de Asia, los chinos ocupan un ingrato lugar en la psique pública. Cientos de miles de chinos se asentaron en la región a lo largo de los siglos traídos por los mandatarios locales, y más tarde por las autoridades coloniales, para crear una clase comerciante carente de un fuerte arraigo local, y que por ello dependiera de la protección de quienquiera que estuviera al mando en cada momento. Con la creencia en la superioridad de su propia cultura, alentados por los propios mandatarios locales que no fomentaban su integración y desanimados por las diferencias religiosas, los inmigrantes chinos se convirtieron en una comunidad relativamente adinerada, instruida y aislada. En muchas regiones, los nativos rara vez veían a un occidental durante el colonialismo, pero todos ellos habían visto a los oficiales chinos residentes, pertenecientes al régimen colonial.
Por ello no resulta sorprendente que los nativos desarrollaran cierto resentimiento hacia los chinos, debido a su riqueza, su influencia y sus diferencias. En ocasiones han sido denominados los "judíos de Asia", debido al odio popular que tienen que soportar y al riesgo que corren de sufrir actos violentos cada vez que la ley y el orden pierden el control. En cualquier período de agitación, bandas de nativos siempre saqueaban, prendían fuego, asesinaban y violaban a mujeres en el barrio chino. Estos saqueos a menudo provocaban cienos e incluso miles de muertos. La última revuelta destable tuvo lugar durante el derrocamiento del presidente indonesio, Suharto, en 1997. Por toda Indonesia, cientos de familias chinas vieron sus hogares quemados en intentos de obligarles a salir de ellos. Las investigaciones calculan que hasta diez mil mujeres fueron violadas, y se produjeron robos y la destrucción de bienes por valor de millones de dólares.
Otros odios menos extendidos se agitan también por la extensión del continente asiático. Indonesia, por ejemplo, alberga a unos ciento ochenta grupos étnicos distintos, muchos de ellos con una larga tradición de mutua antipatía. Aunque algo más localizados que los sentimientos en contra de los chinos, las consecuencias de los enfrentamientos entre achaneses y los batak son igualmente sangrientas, y lo mismo sucede en el caso de los ataques amboneses hacia los colonos de Java. En otras partes se oponen filipinos a malayos, malayos a tailandeses, camboyanos a vietnamitas, tamules a nativos de Singapur, bengalíes a rajputs, cantoneses a los hakka, manchúes a mongoles, japoneses a coreanos y así hasta completar una interminable lista. El bullir de violencia, discriminación y prejuicios infundados que acogen las calles asiáticas arrojan, cada día, sangre en los bajos fondos en algún lugar del continente.
El Demonio Más Excelso
La mayor parte de los Kuei-jin no conservan entre ellos mismos los prejuicios que albergaban en sus vidas mortales. Ser uno de los Diez Mil Demonios está por encima de casi todo lo demás. Existen excepciones, por supuesto, especialmente entre los Monos Corredores, que no se han adaptado completamente al cambio de su situación. Esto no quiere decir que un wu determinado e incluso cortes enteras no puedan mantener un complejo de superioridad racial específico. De hecho, tienen un componente racial obvio las rivalidades entre cortes chonas y japonesas, como también el desdén que ambas sienten hacia las Cortes Doradas. Aún así, pocas cortes llegan hasta el extremo de aceptar únicamente discípulos de ciertas comunidades mortales, aunque este tipo de discriminación es bastante común entre los wu. Los Kuei-jin, más parecidos a los mortales, raramente muestran de forma abierta su racismo, optando por enmascarar sus argumentos en términos de moralidad y respeto por la ley del Cielo.
Aunque los Kuei-jin pueden dejar atrás gran parte de su intolerancia con el Segundo Aliento, el mundo a su alrededor permanece inalterable. Un Kuei-jin que perteneciera en su origen a una minoría debe enfrentarse todavía a muchos problemas, desde violencia física a formas más sutiles de discriminación. Tampoco puede tratar de actuar únicamente desde el interior de su anterior comunidad ya que, al estar siempre a disposición de los mandarines de la corte, estos pueden perfectamente no ser conscientes de los problemas a los que se enfrenta, dado su limitado nivel de interacción con las calles. Así, asignar a un discípulo coreano deberes dentro de los suburbios japoneses de Hino o enviar a un jina chino a los barrios malayos de Bandar Acehcould puede muy bien constituir un castigo intencionado o una mordaz lección de humanidad.
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