En el Islam no hay diferencia entre la vida religiosa y la secular: vivir es adorar a Dios. Por lo tanto, es vital que los seguidores del Islam lleven una vida virtuosa. Deben ser veraces en todo momento y en todas las circunstancias, incluso si la verdad les causa dolor o daño. Siempre deben ser humildes ante Dios y moderados en todas las cosas (especialmente en lo que respecta al alcohol).
Uno debe obedecer las leyes de Dios en todo momento y practicar una buena conducta todos los días, especialmente absteniéndose de la usura y el juego (los dos pecados más terribles). Las virtudes son especialmente importantes porque Dios es el Creador Supremo y Sustentador de todas las cosas, es omnisciente y trascendente, y es el juez final de toda la humanidad. Si Dios juzga que un alma no es digna, esa alma será enviada a soportar los terrores del Infierno por toda la eternidad. Es particularmente necesario vivir una vida virtuosa en el Islam, porque el alma solo tiene una oportunidad de encarnarse (a menos que, por supuesto, Dios lo considere de otra manera), y luego tanto el cuerpo como el alma son enviados al Cielo o al Infierno.
Cada persona se comunica directamente con Dios, por lo que no se necesitan sacerdotes. Además, todos son iguales ante Dios, por lo que cada persona puede actuar como su propio sacerdote. Dios prohíbe la adoración de ídolos, incluso si se supone que son representaciones de Él. Además, ninguna persona podría imaginarlo o describirlo, porque Él es trascendente y está más allá de la imaginación humana. Durante el Juicio Final, los fieles se presentarán ante Dios para ser juzgados, y el buen musulmán solo tendrá humildad, miedo y temor a Su ira y poder vengativo. No importa cuán virtuosa y humilde sea la vida del seguidor del Islam, la salvación depende completamente de Su Gracia.
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